sábado, 17 de abril de 2010

Ingeniero

Recuerdo que cuando era pequeña y mi padre hablaba de sus alumnos, siempre me llamaba la atención lo mucho que sabía de ellos sólo con observarles en clase y me preguntaba si mis profesores también tendrían una idea tan completa de cómo era yo.
Es curioso cómo apuntamos maneras desde nuestra más tierna infancia. En mi grupo de tercero hay un niño, J, que me apuesto 1000 euros a que el día de mañana será ingeniero. O cualquier otro tipo de científico.
El viernes me enseñó un aparato que había montado él mismo que consistía en un motor que, al ponerle una pila y apretar un botón, hacía que girara una artilugio. Alucinante. Una pena no haber tenido una pila a mano.
Y pensaba yo hoy en voz alta que es inútil que yo le intente enseñar inglés, porque gran parte del tiempo se lo pasa construyendo cosas con lápices y blu-tack, con su estuche o con lo primero que pille. Y me ha dicho mi madre: Bueno, pero si es científico, en un futuro necesitará el inglés, así que tú sigue intentándolo.

Eso haré. Seguir intentándolo. Aunque a veces sienta que me toman por el pito del sereno por ser de extraescolares. A pesar de que muchas veces me entre un instinto asesino casi imparable, especialmente los viernes por la tarde. Aún sabiendo que muchos de ellos es probable que ni me recuerden dentro de un par de años, seguiré intentándolo.

Porque enseñar es eso, mantener la esperanza. En los niños y en uno mismo. Y creer que todo puede ir a mejor. Y esperarlo.

1 comentario:

  1. precioso post, maría!!
    no sé qué más decir, porque el final es tan bonito que me ha emocionado :)

    ResponderEliminar