martes, 22 de octubre de 2013

Detalles

Este año no estoy escribiendo tanto por aquí porque me está costando. Mucho. Estoy en periodo de adaptación, como ellos, sólo que el mío dura bastante y pica más (digo yo, claro, si les pregunto a ellos, recién llegados de Cuba, de Brasil, me dirán otra cosa...). De un curso para otro digamos que sigo ejerciendo la misma profesión, pero cambian los detalles. He pasado, por ejemplo, de tener 12 niños a 26. De poder planificar mi enseñanza (libertad de cátedra, se llama) a recibir en un horario hasta el momento en el que debo realizar los dictados. De poder confiar en la conserje para pedir fotocopias de última hora a tener que pedirlas con 72 horas de antelación. De tener un equipo directivo compañero a tener un equipo que nos ve como enemigos. Enemigos que piden más material del necesario, que llegan cinco minutos tarde de vez en cuando, que necesitan más fotocopias de las razonables para atender la famosa diversidad.... 
Así que mi mejor terapia es cerrar la puerta del aula. Porque sí, son 26, pero son niños. Sí, cinco de ellos no leen y uno no entiende el idioma, pero van mejorando. Son muy inquietos, pero les adoro. Adoro su bondad, su ilusión, su fascinación por el mundo que nos rodea (Pero profe, ¿entonces las lágrimas vienen de un río que tenemos dentro de los ojos?), su amor finito en forma de dibujos (Para la profe. Heres muy guapa.), su inocencia.
Gracias a ellos saco fuerzas para llegar cada mañana con una sonrisa, aunque no todas las tardes salga contenta. Son mi energía y mi razón de ser como maestra y nadie va a quitármelo. Y aunque haya pequeños detalles que me cabreen, tengo que aprender a mirar con perspectiva, a creer en mí misma, por muy difícil que me lo pongan. Porque yo, este año, soy su principal esperanza. Y se lo debo.

jueves, 19 de septiembre de 2013

Problema

[La profe decide, para hacer algo más amena la clase de mates, personalizar los problemas usando los nombres de los alumnos, con la remota esperanza de lograr que 28 chavales atiendan a la vez]

- Chicos, escuchadme atentamente, a ver quién de vosotros me sabe resolver el problema antes: Brian tiene 5 caramelos, le da 3 a Kevin y un poco más tarde, Marco le da 2 de los suyos. ¿Cuántos caramelos tiene Brian al final?

[Se levantan varias manitas y la profe elige una cualquiera]

-Sí, pero profe, ¿a qué Kevin?

Nota al pie: Sí, hay más de un Kevin en mi clase. No, no se me ha escapado ninguna colleja. Aún.

miércoles, 10 de abril de 2013

Get up and try (again and again)

Hay días en los que no te sientes profe, te sientes sólo María. María hasta los cojones, desilusionada, cansada, escéptica, dudosa, apática... Pero entras a clase y ellos siguen ahí igual que siempre y esperan que tú sigas ahí para ellos, que para eso eres la profe. Y el día avanza más lento que de costumbre, la cabeza no está en el aula, está en tu vida, esa que tienes fuera y que generalmente dejas al otro lado de la puerta, o esa que está en otras aulas no tan ideales, desafortunadamente... Y haces ejercicios de relajación con ellos para ver si se te pasa (y porque nunca vienen mal) pero nada... Y como ellos son más sabios que cualquier adulto, aunque tú no digas nada de repente empiezan a lloverte más abrazos que otros días. De pronto a la niña retraída le han entrado ganas de hacerte un dibujo y dice que te lo traerá mañana y al niño que nunca calla se le ha ocurrido una idea para hacerte un regalo pero va a ser sorpresa, así que ahí te quedas.

Vuelves a casa con las pilas cargadas, pero ya se sabe los agujeros negros absorben toda la energía, así que tienes que concentrarte mucho en tu firme creencia de que el mundo es mayoritariamente bueno para no hundirte tú entera junto con tus convicciones y tu ética por el mismo agujero que estos últimos días se ha ido tragando poco a poco tu estima profesional. Hay que seguir, porque el que tú seas tú y tus circunstancias no debe interferir con el deber que tienes hacia tus alumnos. Hay que estar presente. Se lo merecen.

...just because it burns doesn't mean your gonna die, you gotta get up and try...

martes, 19 de marzo de 2013

Pequeños

Mención aparte merecen mis pequeños de Infantil.
Entrar en un aula de la planta de abajo es traspasar el umbral de una dimensión paralela. Según entras, todos los niños se arremolinan a tu alrededor, te enseñan (la pupa, los zapatos, la horquilla), te preguntan (¿vamos a ver una peli? ¿qué llevas ahí? ¿vamos a jugar a lo del otro día?) y te observan (¡qué guapa estás! ¡pareces una princesa! ¡qué camiseta tan bonita!). 
Tras el caos inicial, la cosa ya toma su camino habitual y cantamos, hablamos, pintamos, jugamos. Y al despedirnos todos otra vez alrededor: ¿te puedo dar un beso? ¿mañana vuelves otra vez? ¡mira mi abrigo nuevo!, con lo que se cierra el ciclo.
Sales de la clase con una sonrisa de oreja a oreja, claro, y un dolor de cabeza proporcional. Con la sensación de que así debería ser la vida, siempre, y con la certeza de que esto sólo dura unos minutos, que de ninguna manera cambiarías tu puesto por el de una profe de Infantil. Porque son muy ricos, sí, pero de ratito en ratito.

jueves, 14 de marzo de 2013

Callo

Imagino que a todo se acostumbra una.... A la ropa raída, a la falta de abrigos, a las caras sucias, al dolor de tripa... Pero espero que eso no implique generar un callo alrededor del corazón lo suficientemente duro como para dejar de indignarnos con todo esto. Porque las injusticias son más injustas cuando les afectan a ellos. Porque si no te fijas, no notas nada raro, ellos sólo quieren ser niños.
Pero tú sabes, porque hablas y, sobre todo, escuchas, que su vida hace aguas. Que el dinero no llega, que no hay tiempo ni ganas para juegos, que a ver si este mes tienen luz o finalmente se la cortan como llevan amenazando ya algún tiempo, que menos mal que les han concedido la beca de comedor para que por lo menos tengan una comida caliente al día.
Y no puedes hacer nada, más que quererles y abrazarles y quererles un poco más. Y apretar los puños y esforzarte por no perder la fe en la especie humana que se enriquece ignorando a los necesitados. Y llegar a clase con una sonrisa y transmitirles que el mundo puede ser mejor y que aún hay esperanza. Son ellos.

viernes, 8 de febrero de 2013

Héroes y princesas

Quién sabe por qué he ido dejando de escribir aquí todo lo que me pasa por la cabeza en mi día a día con los niños... De entre todas las respuestas posibles, la que más temo es que he dejado de ser una profe novata, que me he metido en la rutina y ya me considero profe-profe con todas las de la ley. Y eso en cierto modo me entristece porque significa que me he hecho mayor. Y todavía no me toca.
El caso es que hoy, día de Carnaval, he vuelto a mirar a mis niños como antes, les he escuchado.. y me he acordado del blog.

Si alguien se ha dado una vuelta hoy por Madrid, después de la hora de salida de los colegios, habrá observado un importante aumento en el número de princesas y héroes por metro cuadrado. No es nada preocupante, mañana ya todo volverá a la normalidad (es una lástima), pero hoy merece la pena fijarse en esas niñas vestidas con la ropa con la que se imaginan todos los días y en esos niños que realizan hazañas impensables.

Hoy hablaban dos niños de mi clase, después de disfrazarse y antes de bajar al patio:

- ¿Por qué llevas el mismo disfraz que en Halloween?
- Porque...
- Le tienes que decir a tu mamá que te compre dos.
- ....
- Ah, claro, pero los disfraces cuestan dinero que hay que utilizar para otras cosas, ¿no?
- Sí...

Entonces me ha entrado esa rabia que me da cuando veo que los niños sufren innecesariamente. No porque repetir disfraz sea una tragedia, sino porque, efectivamente, en mi colegio hay una parte importante de alumnos que no puede pagárselo. Y de padres que no tienen ni tiempo ni conocimientos ni ganas de hacerles uno casero.
Y ahí están, los niños con su uniforme (que hoy les des-uniforma) destacando sobre una multitud colorida que baila al ritmo de canciones estúpidas y juega a salvar el mundo. Y se quieren mimetizar con la pared y que nadie les vea y que por favor, por favor, acabe esta tortura cuanto antes. Porque es más importante comer, sí, pero ellos no lo saben. Ni tienen por qué saberlo. Y cuando me doy cuenta de todo esto me acuerdo de mi cole del año pasado, de lo distintas que eran las cosas... y me pregunto dónde narices está el equilibrio cósmico que debe mantener todo en orden. Y por qué siempre acaban pagando los niños que ni siquiera un día pueden jugar a ser héroes. Ni princesas.