miércoles, 19 de enero de 2011

Influencia

Lo sé, está muy mal que vayamos ya por la tercera semana de curso después de las vacaciones y aún no haya escrito nada por aquí. Mis disculpas.

Desde que comenzaron las clases de este nuevo trimestre, la idea de esta entrada ha estado rondando mi cabeza, pero por algún motivo lo he ido postponiendo y no me he sentado a escribirla hasta ahora.
Todo empezó cuando dos niñas de mi clase me contaron que los Reyes les habían traído unos bolis con purpurina y unos lápices fosforitos iguales que los míos (lápices y bolis que les presto para hacer manualidades, porque sé que les cuesta prestarse cosas unos a otros y pretendo predicar con el ejemplo). Cuando, a los pocos días, y tras haber enseñado en clase mis calcetines rosas (tenía su lógica en la actividad, no era por afán exhibicionista), E vino a clase con unos iguales, la idea a la que había estado dando vueltas se confirmó: los profesores somos una influencia mucho mayor de lo que creemos para nuestros alumnos.
Esto tiene varias consecuencias: La primera de ellas es que tenemos que tener un cuidado extremo con lo que decimos y con cómo nos comportamos con nuestros chavales en clase, ya que tendemos a programar al detalle los contenidos académicos que vamos a impartirles y a no prestar demasiada atención a nuestra actitud, cuando en lo que más se van a fijar ellos es en lo segundo.
Siguiente consecuencia: cuidadito con el ego. Debemos ser conscientes de que nos idolatran e imitan por el rol que tenemos, no tanto por quienes somos. Está claro que a un profesor borde o distante no le tomarán excesivo cariño, pero su palabra seguirá siendo ley (o casi).
Por último, aprovechemos esta influencia de manera positiva. Si observamos cualquier conducta indeseable en clase, la respuesta que demos condicionará en gran medida cómo reaccionarán los niños ante ese mismo comportamiento en otras ocasiones. No debemos olvidar que están todavía aprendiendo cómo funciona nuestra sociedad y, por lo tanto, adquiriendo pautas de comportamiento que se irán asentando y poco a poco serán más difíciles de cambiar.

Bueno, y ya para terminar, dos breves apuntes:

1) Estoy de acuerdo con mis niñas: mis bolis de purpurina molan que te cagas, yo también me los habría pedido para Reyes si no los hubiera tenido ya
2) Efectivamente, creo que ya tengo una edad para dejar de llevar calcetines rosas, o al menos para dejar de enseñarlos.

¡Nos leemos pronto!