miércoles, 21 de marzo de 2012

Leer

Todos los miércoles leemos. Tengo clase de Lengua con los míos a última hora después de Ed. Física, y he llegado a la conclusión de que la mejor manera de aprovechar ese rato es con lectura libre. Los niños han ido trayendo libros para la biblioteca de aula y los van cogiendo y leyendo según les apetece. La primera parte de la hora se nos va generalmente en aclarar quién tiene qué libro, si lo va a devolver o necesita una prórroga etc. Pero los últimos 20 minutos o así de la clase en los que ellos de verdad leen son tan maravillosos que dan ganas de encerrarlos en un frasco pequeñito para poder revivirlos en momentos de crisis profesional.
A los niños les encanta leer. Y verles disfrutando y responder a sus dudas y ver cómo cada vez escriben mejor y entienden más es impagable.
Ha terminado la clase y hoy, día de lluvia, los papás han pasado al aula a recoger a sus niños. A casi todos. Uno de ellos, M, que se queda hasta más tarde en el centro haciendo uso del "horario ampliado" se ha quedado refugiado en el hueco que queda entre su mesa y la pared, con la capucha del abrigo puesta y leyendo. Yo le tendría que haber mandado con los demás niños de la tarde, pero cuando le he llamado una primera vez y no ha contestado, metido como estaba en un mundo aparte, he decidido dejarle ahí, entre el libro y la pared, un ratito más. Y he deseado con todas mis fuerzas que todos los niños de mi clase lleguen a tener un momento así, de despegue, de viaje en el espacio-tiempo del que se vuelve, irremediablemente, con la mirada perdida y una sonrisa en los labios. Porque entonces sí les habré transmitido el verdadero valor de la lectura.