jueves, 15 de septiembre de 2011

Roña

Mi situación laboral actual implica que me paso ocho horas al día rodeada de seres que, en su mayoría, me llegan a la altura de la cintura. En el primer ciclo, que comprende los dos primeros cursos y es donde yo más estoy, esas personitas vienen con un plus de mocos y sustancias inidentificables adheridas a partes inconcebibles: M, por ejemplo, que viene todos los días un poco antes para desayunar en el cole, me da los buenos días con restos de leche y galleta por todo el moflete y hoy, que le he estado vigilando en el comedor, me ha dedicado un sonriente "¡Ya he terminado!" adornado por yogurt natural en la barbilla, la nariz y (juro que no miento) el flequillo.
Así que no es de extrañar que cuando llegue a casa y me siente, por fin, y me mire las manos como quien no quiere la cosa, me encuentre las uñas en un estado catatónico, como si hubiera estado trabajando en la mina todo el día. No lo comprendo, os aseguro que me las lavo cuando puedo (quizás sea ese "cuando puedo" el principal problema) y no entiendo el proceso por el que mis uñas llegan a esa situación. El resultado dista mucho de ser el adecuado para dar de comer a los niños, pasarles el pan, cortarles la manzana etc, pero bueno, así van creando defensas, ¿no?

3 comentarios:

  1. ¡Di que sí! ¡Que se curtan! ;)

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  2. Estas conociendo pequeños seres "humanos".

    Tu primo grande F.

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  3. Jajajaja... qué bueno! A mi me pasa que cuando los más pequeños o los niños de Educación Especial me dan un beso me dejan todas las babas en la cara y no sé si limpiarme o hacer como si nada, manteniendo con la mayor dignidad posible una cara babeada :)

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