jueves, 13 de octubre de 2011

Padres

Los niños son cada uno un mundo. Y cuando conoces a sus padres y su historia, sus neuras y sus manías, ese mundo se vuelve algo más claro y comienzas a entender muchas cosas.
Entiendes que T sea puro nervio y no pueda quedarse sentada más de unos minutos (sus papás acaban de adoptar a un bebé y ella también es adoptada). Entiendes que J no atienda y le cueste concentrarse (viene de un cole con 12 alumnos por clase). Comprendes por qué hoy D ha venido con el chándal en lugar de con el uniforme del colegio (porque la mamá dice que le ha jurado y perjurado que hoy es la última vez que se lo pide... y D es un manipulador nato, según madre y teacher).
Al ser tutora, el contacto con los padres es constante. Para mí es muy enriquecedor hablar con ellos y ver la imagen que tienen de sus hijos, la dinámica que siguen con ellos en casa, sus expectativas respecto al colegio y respecto al futuro de los niños... A veces me resulta difícil saber dónde está el límite, hasta dónde están dispuestos que nos metamos en su vida, en sus rutinas, para cambiar para mejor el comportamiento de sus hijos. Lo que sí sé es que vale la pena intentar influir lo más posible para evitar el psicólogo al que los padres tienen cierta tendencia a enviar a sus hijos a la más mínima señal de alarma. Usemos mejor el sentido común, el suyo y el mío, y utilizemos el tiempo y la palabra que, como dice mi padre, son dos de las herramientas más poderosas con las que contamos.

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