martes, 19 de marzo de 2013

Pequeños

Mención aparte merecen mis pequeños de Infantil.
Entrar en un aula de la planta de abajo es traspasar el umbral de una dimensión paralela. Según entras, todos los niños se arremolinan a tu alrededor, te enseñan (la pupa, los zapatos, la horquilla), te preguntan (¿vamos a ver una peli? ¿qué llevas ahí? ¿vamos a jugar a lo del otro día?) y te observan (¡qué guapa estás! ¡pareces una princesa! ¡qué camiseta tan bonita!). 
Tras el caos inicial, la cosa ya toma su camino habitual y cantamos, hablamos, pintamos, jugamos. Y al despedirnos todos otra vez alrededor: ¿te puedo dar un beso? ¿mañana vuelves otra vez? ¡mira mi abrigo nuevo!, con lo que se cierra el ciclo.
Sales de la clase con una sonrisa de oreja a oreja, claro, y un dolor de cabeza proporcional. Con la sensación de que así debería ser la vida, siempre, y con la certeza de que esto sólo dura unos minutos, que de ninguna manera cambiarías tu puesto por el de una profe de Infantil. Porque son muy ricos, sí, pero de ratito en ratito.

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